8 de marzo 2024 – Día Internacional de la Mujer Trabajadora

Mujeres de Nuestra Historia – Ciclo de Homenajes

Arnoldina Schonfeld

Arnoldina María Schonfeld nació en Aldea María Luisa un 5 de octubre de 1946. Hija de Luciano Schonfeld (7 de enero de 1915) y de Francisca Werner (27 de febrero de 1915), nacidos en Aldea María Luisa, dos personas muy dedicadas a su hogar y su familia. Luciano tenía tierras que había heredado de su papá y Francisca era madre y mujer del hogar. Tuvieron nueve hijos en total: Virginia, Aida, Claudia, Nilda, Rodolfo, Lidia, Arnoldina (fallecida unos meses luego de nacer) Arnoldina y Marta.

Tuvo una infancia muy feliz, viviendo en el campo, junto a sus hermanos y padres, realizando las labores de la casa y sobre todo las rutinas del campo. Tenían tambo, animales y también sembraban. Compartía el mayor tiempo con sus hermanas, con quienes las tareas se hacían más llevaderas entre risas y cantos. Iban todos los días a la escuela en sulky.

Sus abuelos paternos fueron Maria Heitt y Gaspar Schonfeld. Muchas anécdotas se desarrollaban en su casa, con sus primos, donde se reunían todos los sábados luego de la misa, y quedaban hasta el otro día. Allí pasaban navidades y fiestas. La casa es  donde hoy habita la familia Mayer y funciona el autoservicio. Luego, deciden mudarse a Paraná, donde adquirieron una casa en calle Feliciano, transcurriendo allí su adolescencia.

La escuela primaria la realizó en Aldea María Luisa, donde actualmente es la escuela Bárbara Schonfeld. En aquellas épocas, era un colegio de hermanas Siervas del Espíritu Santo. En Paraná, asistió a la escuela de oficio, que ejercía como escuela secundaria, en la que aprendían manualidades, bordado, corte y confección

Era una persona muy alegre y solidaria. Muy empática con su entorno, siempre pensando en los demás.

Inquieta, siempre productiva y proactiva, nunca una excusa a la hora de emprender una acción con la comunidad, sus amigos y su familia. Con mucha fuerza, incansable.

Le encantaba cocinar y esa era su forma de demostrar amor.

Muy sociable, cariñosa y emprendedora. Su objetivo siempre fue ayudar y organizar diferentes acciones sociales.

Su familia.

El 30 de abril de 1966 contrajo matrimonio con Pascual Horacio Fontana, nacido en Villa Fontana el 5 de abril de 1942. Tuvieron seis hijos: Hernán, Analía, Lorena, Mónica, Valeria y Julia, y quince nietos. 

Arnoldina siempre fue una trabajadora incansable, a la par de su marido, realizaba tanto las tareas hogareñas como también en el ambito laboral. En los inicios de su vida matrimonial, vivían en Villa Fontana, lugar donde Pascual tenía su casa materna. Dos años después, deciden abandonar las tareas campestres y emprender una panadería familiar en Aldea María Luisa, lugar muy concurrido ya que estaba a la vera de la nueva Ruta Nacional N.º 12. Allí pasaba las horas del día amasando el pan, elaborando tortas y facturas.

Con el correr de los años cambiaron del trabajo manual de la panadería a industrializarse, construyendo un establecimiento elaborador de galletitas.

Allí estuvo colaborando un tiempo, hasta que pudo ir delegando su trabajo, para dedicarse a su familia y a la comunidad, compartiendo sus saberes, siempre a disposición de distintas comisiones e instituciones de la aldea.

Una vida al servicio de la comunidad

Arnoldina fue organizadora, gestora, artífice y servidora. Su actividad rondó principalmente en la iglesia, no solo elaborando tortas rusas para vender y realizar recaudaciones, sino también gestionando donaciones de insumos para así lograr un beneficio mayor. Era quien organizaba los grupos de mujeres en las cocinas de las fiestas, pelando papas, elaborando filsen, y organizando el trabajo. Confeccionaba los manteles y cortinas para la iglesia, las diferentes vestimentas del sacerdote y monaguillos, y cocinaba para el párroco, hasta los últimos días.  También era la encargada de recorrer casa por casa, cobrando el 1 % destinado a la iglesia.

Tenía una veta creativa y artística muy destacable. Organizaba viajes y peñas en las que hacían obras de teatro, y brillaba como actriz, también tocando el acordeón y participando del coro parroquial.

En épocas de centenario de la aldea, su casa era el lugar donde se reunían para organizar el evento, participando también en la elaboración de la Gran Torta que daba marco al festejo popular.

En el ámbito escolar, participó en la comisión de la escuela primaria.

También tenía un compromiso muy grande con su querido Monasterio, Nuestra Señora del Paraná, donde se consagró como Oblata y con quienes siempre colaboraba en la elaboración y venta de empanadas. Desde sus inicios siempre estuvo presente.

Su ejemplo como legado.

Cada cosa que hacía, cada gesto que tenía, era con la mayor entrega y alegría, sin esperar nada a cambio y con todo el cariño. Fue su manera de aportar para ver crecer a su querida aldea.

Falleció en Villa Libertador San Martín el 23 de abril de 2022, pero su nombre es recordado con amor por todos los habitantes de este lugar. 

Marcó una huella como mujer emprendedora, de avance y servicio al prójimo.

Mencionar su nombre, es dibujar una sonrisa.

Testimonios.

“Su vínculo con el Monasterio de Aldea María Luisa:

Arnoldina fue para nosotras -monjas benedictinas del Monasterio Nuestra Señora del Paraná-, una ayuda incondicional, una amiga fiel, una mujer de fe. La conocimos ya desde los comienzos de la fundación del monasterio, cuando llegamos a la Aldea en el año 1987, y vivimos durante cinco años en la casa pegada al Colegio, que fuera de las hermanas del Espíritu Santo. Ella no tardó en formar parte de la Comisión pro-monasterio, en la que colaboró con su presencia siempre alegre y dispuesta, creativa y práctica. Las manos hacendosas de Arnoldina estaban siempre dispuestas a secundar lo que su corazón generoso veía como necesario para proveer al sostenimiento del monasterio. ¡Cuántas veces amasó las sabrosas Rübelkuchen para venderlas después a beneficio del monasterio, a una clientela de la zona y de Paraná, que nos “sacaba las tortas de las manos” sabiendo que habían sido hechas por ella! ¿Había en el monasterio una fiesta, como el festejo por la Profesión de una nueva hermana? ¡Allí estaba ella, secundada por un nutrido equipo de señoras de la Aldea, todas llenas de ese carisma tan alemán del trabajo laborioso en común para preparar una fiesta comunitaria! Venían el día anterior para preparar las empanadas y los sándwiches, que al día siguiente enriquecerían el alegre festejo, y que ellas mismas ofrecerían a los invitados, con un admirable espíritu de gozoso servicio. ¿Llegaban a la dulcería mil kilos de frutillas a las que había que sacarles el cabito antes de ponerlas a cocinar? Una llamada a Arnoldina solucionaba el problema de la falta de mano de obra: allí estaba ella convocando al equipo necesario y dando una palabra tranquilizadora: no se preocupen, no se hagan problema, yo organizo. Y allí estaba, al pie del cañón, con ese maravilloso grupo de mujeres de la Aldea, con quienes nos une un vínculo de entrañable gratitud.

A lo largo de los años se fue tejiendo con ella una amistad creciente. Vimos crecer su familia y sus hijos, y compartimos las vicisitudes de una vida rica en iniciativas y relaciones. Nuestro cariño y oración la acompañaba en todo. Cuando venía algún domingo a Misa y le decíamos: “Te extrañamos”. Y ella se comprometía a venir a algún recreo para conversar y compartir algunos cantos. Llegaba con su cuadernito de letras bajo el brazo, y se entusiasmaba cantando una y otra canción junto con nosotras, que terminábamos pidiéndole que nos cantara en alemán. Cosa que hacía con gusto y vehemencia. Pero el motor de todo este despliegue de servicialidad hecha con amor era su fe en Dios, que la llevó a pedir ser oblata del monasterio. Quiso vivir como laica la espiritualidad benedictina, en la que la oración se hace canto de alabanza a Dios y da frutos de servicio humilde a los demás. Se preparó para hacer su oblación con su querida Hermana Jerónima, que le trasmitió la sabiduría de san Benito y con quien la unió una amistad profunda. Y fue fiel a este llamado de Dios, viviendo el ora et labora benedictino con sencillez de corazón. No dudamos de que ahora canta las maravillas de Dios en el cielo, y desde allí intercede por nosotras.”

Hermanas del Monasterio “Nuestra Señora del Paraná”

“Fuiste una de las primeras en brindarme tu amistad cuando llegué a la Aldea por el año ´78. De ahí en adelante todo nos unió: hijos, cooperadoras, coro, fiestas…en fin un montón de actividades que hacíamos juntas. Éramos, con las demás chicas, un gran equipo, pelando papas y contando cuentos todo lo hacíamos al mismo tiempo. 

Un acontecimiento viene a mi memoria “Las Bodas de Plata” de la Lili y el Berto…qué fiesta esa! La ayudamos a que su noche fuera especial, porque así eras: servicial y “siempre lista” sin importar para quien, lo hacías.

A la cabeza siempre, tenías todas las recetas: empanadas, tortas alemanas, alfajores de maicena..hasta los choricitos! Todo un libro abierto!

Tu Fe fue inquebrantable, la Iglesia era tu segundo hogar y Dios realmente tu Padre. Todavía te siento y te veo en el primer banco leyendo las intenciones, en el atril de las lecturas y tu voz suena en el coro todavía como si no hubieras partido.

Fuiste una gran amiga, tu risa contagiosa jamás se borrará de mis oídos, porque rezábamos juntas hasta el último día en tu casa, en tu cama, cuando Pascualito se iba al campo.

Hermana del corazón nunca te olvidaré y sé que en el cielo tengo la mejor estrella de mi lado, (como dice la canción) te quise, te quiero y te querré siempre.”

Nora Bolzán

“Arnoldina… que lindo recordarte. Al escribir,  en la pantalla de la computadora veo tu sonrisa inigualable y el recuerdo de tantos lindos momentos compartidos.

Se me cruzan momentos únicos, los viajes a Oktoberfest, una vez los contamos y fueron 17 si no me equivoco. Siempre era diversión, alegría, compañerismo. Cuántos te buscaban para hablar, escuchar tus consejos. Tenías la palabra justa, la tierna mirada siempre sonriente. Eras fuente de contención.

Cuando estábamos de novios con Liliana, ella iba a sentarse en tu falda y se charlaban todo, se reían, disfrutaban, que lindo. Cuando nos casamos organizaste junto a Pepe y un grupo de personas de María Luisa el canto a los novios en alemán, que felicidad, lloramos juntos.

Me invade una gran emoción al escribir, llego a las lágrimas, es un lindo momento.

Recuerdo que recién casados un sábado (año 2003) nos encontramos a la salida de la iglesia de Brasilera, estabas en la costa y viniste al oficio de la Santa Misa junto a Pascual y una de tus hijas y un nieto.  Al encontrarnos, los invitamos a nuestro nuevo y humilde hogar, improvisamos una cena y pasamos una hermosa noche.

Un día estaba abatido y cansado en un largo viaje, con mi madre enferma y postrada, te acercaste, me diste esas palabras de aliento y razones de esperanza. Qué bien me hizo, gracias por tanto.

Denise te recuerda con cariño, cuando vamos al monasterio de las hermanas, siempre dice, en este cementerio está Arnoldina. Ella siempre recuerda cuando le preparabas en una alguna fiesta en María Luisa una atención especial. Tenemos pendiente visitarte. Tal vez tenemos miedo a emocionarnos. Ya seremos más fuertes y te visitaremos. Le inculcamos a Denise la oración y pedir misas. Siempre te tiene entre sus pedidos. Cuando cumplió 15, deseábamos que esté Pascual, nos acompañó y vimos a la par tu rostro sonriente.

Me emocionaba cuando me contabas de mi mamá, la conociste porque ella iba a la casa de sus abuelos Leonardt en María Luisa.

Cuando fue la fiesta de cumpleaños de Pascual, tenías mucha fuerza para acompañar. Me habías llamado para asegurarte que estaríamos, estaba en Santiago del Estero, escuchaste la radio y creías que no llegaría. Y como íbamos a faltar, ese saludo en el atrio de la iglesia, la noche de la fiesta, esas palabras de despedida que quedan en el corazón.  Durante esa última noche, esa mirada de una mesa a la otra, ese brindis con una sonrisa interminable elevando las copas.

Escribo estas palabras, decirlas no puedo, mi emoción no me dejaría hablar, fuiste una gran esposa, una madre ejemplar, una persona de bien de las cuales hay pocas.

Cada sábado en Voces del Volga siento que estás en la primera fila de oyentes desde el cielo, cuando debo fortalecerme ante las adversidades, se que estas junto a otras personas queridas elevando tu plegaria.

Qué lindo es recordarte, que emoción, que lindo es sentir cuando se escapan las lágrimas. Gracias por tanto Arnoldina. Gracias.”

Jose Ceferino Gareis

Agradecimiento

A la familia Fontana por el aporte de información y fotos para archivo.

GESTIÓN LUIS PABLO SCHÖNFELD