Un viaje por la historia.
Corría el siglo XVII y las continuas guerras que se sucedían en territorio europeo fueron agotando los recursos humanos, bienes y tierras. Familias enteras de campesinos se vieron perjudicadas ya que debían prestar fuerzas al combate, mientras sus campos eran devastados por batallas y saqueos. Para agravar la situación las malas cosechas, el hambre y las enfermedades hicieron su parte.
Mientras tanto, en Rusia, a ambos márgenes del Río Volga se extendía una abundante y fértil región, con una escasa cantidad de habitantes acostumbrados al sacrificio y a los violentos ataques de tribus nómadas de las estepas: los kirguisios, los calmucos y los tártaros. Urgía poblar y producir ese vasto territorio. Fue así que la emperatriz Catalina II “La Grande”, con el objeto de sacar a Rusia del atraso, lanzó en 1762 un primer manifiesto destinado a los campesinos del oeste de Europa que quisieran habitar las riberas del Río Volga. Un segundo edicto, un año después establecía condiciones más tentadoras: libertad de credo e idioma, escuelas propias y derecho a dictar justicia. Además, tanto los colonos, como sus hijos nacidos en Rusia, tendrían un plazo de treinta años para pagar sus impuestos imperiales y quedarían exentos del servicio militar obligatorio. Se les otorgarían tierras productivas, vehículos y dinero en adelanto para la construcción de sus casas, establos y la adquisición de animales de labranza y semillas, todo a ser devuelto a partir del tercer año de asentamiento. Por su parte, los colonos debían trabajar un mínimo de 32 has., devolver el importe adelantado por el gobierno mediante la entrada anual del 10% de la producción y no abandonar los campos sin autorización.
Llegaron a Alemania las publicaciones imperiales describiendo al Volga Ruso como un lugar de felicidad y prosperidad, por lo que muchos habitantes germanos confiaron en la promesa de futuro e iniciaron un largo viaje a la tierra prometida.
Tres mil kilómetros separaban la ciudad germana de Ulm del lejano Volga ruso. Lo que encontraron al llegar lejos estaba de ser lo que soñaron, todo era una estepa salvaje de inviernos duros, en los que perdieron a muchos miembros de las aldeas, sobre todo niños. Debieron defenderse de los frecuentes asaltos de las tribus nómades, que arrasaban las aldeas llevando consigo bienes, animales y personas.
Una vez pasadas las primeras penurias, y ya asentados en aldeas, la tierra fértil los recompensó con cosechas abundantes.
Las comunidades fueron separadas según su credo religioso. Las ramas protestantes fueron ubicadas en el Alto Volga, y los católicos en el Bajo Volga.
Disfrutaron de los beneficios prometidos a perpetuidad por Catalina La Grande solamente por 80 años. Comenzaba a notarse la falta de tierras para los descendientes, pero la situación se hizo más compleja cuando se derogó la exención al servicio militar. Reacios a declinar sus principios de libertad, surgió la iniciativa de buscar nuevos horizontes, así fue como en noviembre de 1876 una comisión migratoria desembarcó en el estado de Río Grande Do Sul decidida a estudiar el lugar y el valor de la tierra. Con una opinión más que favorable sobre la tierra y las promesas del gobierno brasileño, volvieron a su tierra. Las condiciones de vida en el Volga Ruso eran cada vez más complejas, por lo que el propósito de emigrar contaba con el consentimiento de todos. Fueron los más desfavorecidos los que iniciaron este largo e incierto viaje.
Navegaron el Río Volga, y luego marcharon en tren hasta Bremen, Alemania. Al llegar al puerto a recoger su pasaje marítimo, se encontraron con la sorpresa de que el destino final era Buenos Aires, y no Rio de Janeiro, como habían elegido. El cambio vino a raíz de una epidemia en Brasil, pero cuando esté controlada serían llevados a este país. Buenos Aires era un destino provisorio. El 10 de enero de 1878 el barco ancló en el Río de la Plata, y un pequeño vapor tomó rumbo al puerto.
En Argentina, el presidente de la Nación era Nicolás Avellaneda, quien en octubre de 1876 sancionó la Ley Nº 817 “De Inmigración y Colonización”, que resumió todos los esfuerzos anteriores de atraer y radicar inmigrantes europeos en el país. Así fue como se abrieron las puertas a una corriente inmigratoria que cambió la estructura de la sociedad rural y agropecuaria.
Luego de una serie de expediciones en tierra nacional, y comparativas con los colonos que lograron radicarse en el Brasil, se llegó a la conclusión de que las mejores tierras para el cultivo estaban en Argentina, sobre todo en las provincias de Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos.
El Gobierno Nacional dispuso de dos lugares a su elección para radicarse: uno era en Hinojo, Provincia de Buenos Aires, y otro situado en Entre Ríos, en la ya fundada Colonia General Alvear, situada en cercanías de Diamante, que contaba con una extensión de 10.000 hectáreas y la posibilidad de adquirir más tierras.
Luego de navegar cuatro días por el Río Paraná, un barco con 1000 pasajeros llegó al puerto de Diamante. Fueron recibidos con simpatía por la población. Se asentaron en el centro de Administración de la colonia, pero nunca dejaron de expresar su deseo de agruparse en aldeas, a pesar de la decisión gubernamental de entregarle una chacra a cada cabeza de familia. Un clima tenso reinaba entre los inmigrantes y el administrador, quien les comunicó su voluntad de consultar con el Gobierno Nacional. Al cabo de quince días recibió la respuesta, autorizando la formación de aldeas. Era el 21 de junio de 1878, día reconocido por todos como la fecha de fundación de la Colonia General Alvear.
Fuente: Stang, G. M., & Britos, O. (1999). “Alemanes del Volga, ayer… Argentinos hoy.”
Aldea María Luisa
La Colonia General Alvear en el departamento Diamante al haber sido uno de los principales asentamientos de las colonias ruso-alemanas, experimentaba un notable crecimiento. Es por eso, que algunos colonos que intentaban radicarse en Aldea Spatzenkutter y Aldea Brasilera se dispusieron en 1886 a comprar un campo de Chambrión en el Departamento Diamante. Andres Keiner, Adán Schonfeld y Santiago Regner hicieron trato por $35 la cuadra. Cuando quisieron formalizar la operación, el dueño les pidió $45 la cuadra, lo cual motivó que se desistiera la compra.
Ante este contratiempo, Keiner, Regner, Krenz y Haberkorn arrendaron un campo de Fabian Auli en el Distrito Sauce, Departamento Paraná. Posteriormente pudieron convenir la compra de esas tierras, lo cual dio comienzo a la fundación de una nueva aldea. Cabe recordar que el dueño anterior de esas tierras era el exgobernador de la Provincia de Entre Ríos, Dr. Sabá Hernández.
El 17 de agosto de 1887, se compraron 1250 cuadras de campo a razón de $50 la cuadra, pagaderos en tres años con intereses. Esta deuda se terminó de saldar en el año 1891.
La última intención era comprar la vieja estancia Auli para expandir la aldea, pero no hubo acuerdo. Así nació Colonia Auli, que posteriormente, y en agradecimiento a quien fuera propietario de esas tierras y ofreciera condiciones más favorables a los adquirentes, fue llamada María Luisa, nombre de la única hija de Don Fabián Auli.
Fuente:
- Gareis, José C. (2008). Alemanes del Volga 130 Años en Entre Ríos.
- Stang, G. M., & Britos, O. (1999). “Alemanes del Volga, ayer… Argentinos hoy.”
Luis Pablo Schönfeld, testigo de la historia y el progreso.
Terreno donde se construyó la Plazoleta
“Una vez definida la fecha del centenario, donde está hoy la plazoleta, el terreno que había quedado de la donación que había hecho don Valentín Roskopf, donde se hizo la entrada nueva a la aldea. Como concluía en lo que hoy es calle Ramirez e Irigoyen, se empezó a averiguar. Valentin Roskopf había accedido pero al terreno ese se lo había dejado a su hijo Ramón Gaspar Roskopf, que en esa época tenía una fábrica en Villa Gdor. Galvez, cerca de Rosario. Como la Junta de Gobierno se hacía cargo de las obras (integrada por Juan Julián Roskopf, Dionisio Schonfeld, Jorge Schepens, Isidoro Schonfeld, Benito Wagner, Luis Pablo Schonfeld y Roberto Schonfeld. Está en la placa recordatoria.), decidieron viajar Juan Julián Roskopf, que era el presidente de la Junta, Benito Wagner y Jorge Schepens a Villa Gdor. Gálvez para ver si podíamos comprar, arreglar el tema precio y como se podía hacer por ser una compra oficial de un terreno. Llegaron allá, los invitó con un asado y ¡gran sorpresa!: cuando empezaron a charlar de eso, desinteresadamente y con orgullo, lo donó para que se haga ahí la Plazoleta de los Inmigrantes. Una vez configurado todo y teniendo ese terreno se charló con el ingeniero Roberto Usinger, recientemente recibido, y fue él quien diseñó la estructura de la plazoleta. Así fue que se consiguió, gracias a la donación de Ramón el terreno, y bueno, se empezó a trabajar en el diseño y en el armado del espacio.”.
Respecto al Monumento
“Una vez definido el diseño del lugar, el ingeniero Usinger dispuso de ese pedestal para que se haga una familia como la que está. Así que se buscó al artesano Caraballo, por intermedio de Santiago Rinaldi que ya en esa época trabajaba junto a la Comisión del Centenario en la organización. El artesano vivía en el Barrio “El Morro” de Paraná. Él hizo el monumento, lo fueron viendo, y el tema era cómo hacer para sacarlo de allá abajo, para cargarlo. Juan Carlos Izaguirre, el presidente de EPER (Empresa Provincial de Energía) en esa época, nos consiguió una grúa con un guinche grandísimo, cortaron la calle y con el camión volcador de Juan Roskopf lo trajeron. Tuvo que venir a la Aldea la grúa de EPER, fue un viaje muy largo ya que era un vehículo que caminaba muy despacio. Ya en la aldea era más fácil cortar las calles porque no había tanto movimiento. Se trajo, se puso arriba del pedestal y se lo afirmó.”